A mí me gusta
estar informado de lo que pasa en el mundo y por eso procuro ver los programas
informativos de televisión, y las tertulias de análisis de la actualidad, y
escuchar los noticieros de la radio. De lo que nadie me advirtió fue de los
inesperados efectos secundarios que me podrían sobrevenir por tal práctica.
Yo me gusta
creer que nada ha cambiado, que yo todo me va bien y que yo no necesito
reinventarme, a pesar de que, yo, cada vez que veo una curva, no consigo
encontrarle el pico. De hecho, llevo una incidencia acumulada de 99 fracasos
por cada 100.000 habitantes. Yo me consuelo pensando que mi caso no es tan
penoso. Por ejemplo, los hay que en su trabajo han tenido un herpes (yo cogí una
vez uno en la boca, y yo sé lo molesto que es). Y a otros les están haciendo tés
todo el rato, con lo poco que yo me gusta el té. Por lo menos esto último ya
está cambiando, ahora ya no te hacen un té, sino una pece erre, que, como no se
sabe lo que es, da menos reparo.
Yo también lo
que me llama la atención es el compadreo que se gastan los periodistas con la
gente del gobierno. Como no hay líneas rojas, a la pobre Ministra de Sanidad
todos la llaman Salvadorilla, como si fuera de la familia. Pero claro, ya en
tiempos de Don Claudio todo quisque le llamaba Claudillo, ¡y nunca pasó nada!
¿Y qué me
dicen de este prodigio de profilaxis?: "Al toser o estornudar, cúbrase
boca y nariz CON EL CODO FLEXIONADO". Así se hace, con el codo flexionado,
y con dos cojones. Que no se te ocurra estornudar en un pañuelo de papel y
luego tirarlo a la papelera. Que no se te ocurra estornudar en un pañuelo de
tela, y luego echarlo a lavar. Ni en una hoja de periódico (lo cual, por
cierto, sería muy apropiado). ¡Todo eso forma parte de la vieja normalidad! Lo
que tienes que hacer ahora es echarte las miasmas en el brazo y luego ir
corriendo a abrazar al perturbado que elabora este tipo de instrucciones. (¿No
serán los marcianos de H.G. Wells, que se quieren cobrar la revancha?)
En cuanto a
esta nueva norma de que debemos guardar la distancia social con nuestros prójimos,
yo no hace falta que me lo digan, yo hace tiempo que mis mayores me
aleccionaron a no juntarme con determinada chusma. Por ejemplo, yo desde
siempre he guardado una distancia de seguridad de al menos dos metros con esos personajillos
que usan la expresión "a mí me gusta". La distancia
aumenta a
tres metros cuando detecto que mi interlocutor elide en lo posible el uso del pronombre
personal de la primera persona del singular, dejando que sea la forma del verbo
la nos informe de quién es el sujeto de la oración.
Y
directamente salgo corriendo cuando asisto a una conversación en la que ambos intervinientes se someten a
las más vetustas y coercitivas normas del proceso comunicativo:
- A emite un primer
mensaje, mientras B lo escucha, en
silencio
- Cuando A ha
terminado su mensaje, es quien B emite un segundo mensaje, que es una respuesta o comentario a la información contenida en el primer
mensaje
- A escucha
el segundo mensaje y procede a emitir un tercer mensaje
- Y así hasta la náusea
¡¡¡¿¿¿PERDONA???!!!
(No se me ve, pero mi mano derecha ha caído en un ángulo de unos 45 grados bajo
la horizontal, con los dedos bien separados entre sí, sobre todo el meñique.)
¿PERO ESTAMOS
LOCOS O QUÉ?
ESTE TIPO DE
CONVERSACIÓN NO ES QUE SEA ABURRIDA, ES LO SIGUIENTE.
Lo peor de
toda esta nueva anormalidad es que tiene algunas normas que resultan un tanto
confusas y quedan abiertas a la interpretación. Por ejemplo, el otro día, en el
quiosco (¡uno de los poquísimos que quedan en mi pueblo, que los dioses los
amparen!), pagué una compra de 17 euros con un billete de 20 y me dieron la
vuelta de 3 euros con tres monedas de 1 euro. El quiosquero las fue contando
una a una, mientras las iba dejando sobre el mostrador: 1, 2 y 3. ¡No me lo
podía creer!
- Falta una
moneda - dije educadamente, procurando que no se me notara el enojo.
- ¿Eh?
- ¿No se ha
leído usted su propio cartel? - y le señalé el gráfico que tenía pegado en la pared,
con el cuadro de las diferentes fases de salida del confinamiento, donde la
primera fase es la cero -. Ha contado usted mal. El gobierno dice que ahora
tenemos que contar de otra manera. Si me quiere dar usted la vuelta de 3 euros
en monedas de uno, la primera moneda que ponga sobre la mesa es la cero, la
segunda es la uno, la tercera es la dos y la cuarta es la tres. O sea, que
falta una moneda de 1 euro.
- Eso sería
cierto - me responde el tío listo -, si estuviéramos en lo alto de una montaña.
Pero como no lo estamos, nosotros no tenemos nada que desescalar, y si no
tenemos que hacer desescalada, tampoco tenemos que utilizar esa nueva forma de
contar.
¡Me tuve que
callar la boca, porque no tenía argumentos para rebatirle! ¡Malditos
quiosqueros!
Los que nos
gobiernan dicen que no hay más remedio que amoldarse a esta nueva anormalidad. A
mí me parece que de anormal tiene mucho, pero de nueva no tiene nada.
A quien
habría que perimetrar es a esta caterva de amos de las ondas y de los rayos
catódicos y de los despachos con moqueta y enorme mesa de caoba, coger el
cordón sanitario ese y amarrarlos bien, antes de que acaben por contagiarnos a
todos.
(Lo sé, lo sé, Les Luthiers, ellos sí que hubieran escrito algo gracioso de verdad con este tema tan jugoso/penoso.)
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