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Hola. Te has dormido de cansancio y te caíste del caballo. He tenido que
ponerte delante para poder sujetarte. Si quieres paramos, y te vuelves a montar
en la grupa.
Diana
Palmer siempre estaba en forma y nunca antes, en su carrera de "famosa y
joven exploradora", le habían fallado las fuerzas. De hecho, esta historia
empezó, hace apenas una semana, a bordo del transatlántico S.S. Trotter,
destino Nueva York, con ella recibiendo clases de boxeo del Primer Oficial, y superándolo
fácilmente en rapidez de pegada. Desde entonces, había sido raptada por los
Piratas Singh, encerrada en una guarida submarina en la ignota isla de Luntok,
frente a la costa de Sumatra, interrogada y torturada para que revelara la localización
exacta del depósito de ámbar gris por ella descubierto, liberada luego por
aquel misterioso hombre enmascarado, y, en fin, sufrido mil peripecias,
incluyendo ataques de tiburón, tiroteos y carreras sin fin, antes de conseguir
huir.
Sí,
la "famosa y joven exploradora" estaba agotada, pero el brazo de su
extraño salvador la rodeaba con firmeza, y el pecho sobre el que se recostaba
le resultaba muy acogedor. Por primera vez en aquella accidentada semana, Diana
Palmer se sentía tranquila y a salvo.
Lo
cual, por otra parte, no era un sentimiento muy prudente. Aquel hombre iba
vestido de la forma más estrafalaria: un mono ceñido se ajustaba a su cuerpo y
le cubría desde la cabeza hasta las botas, salvo en la cintura, donde llevaba
superpuesto un calzón a rayas oblicuas; del cinturón le colgaban dos
cartucheras para sus pistolas automáticas; y, lo más perturbador, los agujeros
para los ojos de su antifaz estaban tapados, de forma que nunca se podía saber
hacia dónde estaba mirando en cada momento. ¿Y de qué tela era aquel mono? ¿O
son mallas? ¿De licra? ¿De cuero? Parece muy cómodo, pero, ¿cómo puede oír con
esa capucha tan ajustada que le tapa también las orejas?
A
pesar de todo, Diana nunca le tuvo miedo. El timbre de su voz era firme pero
amable. Y sus nervios debían estar hechos de acero: a pesar de todas las veces
que habían estado a punto de morir de forma violenta, él nunca perdió la calma,
ni se dejó llevar por la ira o la desesperación. No cabía duda de que era un
verdadero profesional.
Ahora
bien, un profesional ¿de qué?
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¿Adónde me llevas?
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A la comandancia de la guardia costera. Allí te pondrán en contacto con el
consulado de Estados Unidos. Tu desaparición ha causado un gran revuelo y será
un gran alivio para ellos el poder ayudarte.
-
Un perro nos está siguiendo. (Nada más decirlo, Diana se dio cuenta de lo absurdo
del comentario.)
-
No es un perro, es un lobo - respondió tranquilamente el Enmascarado.
Cuando
salieron de la selva se encontraron con los primeros rayos del amanecer. En el
puesto de la guardia costera, a pocos metros frente a ellos, no se distinguía
todavía ninguna actividad.
El
Enmascarado desmontó del caballo y ayudó a bajarse a Diana.
-
Aun estás un poco débil. ¿Te ves capaz de ir andando sola hasta la entrada?
-
Sí, estoy bien. Es un poco de modorra, nada más. ¿No vas a entrar conmigo?
-
No. Ya no me necesitas.
El
Enmascarado soltó las riendas de su hermoso garañón blanco para que pudiera
mordisquear la hierba a su gusto. El lobo, tumbado sobre sus cuatro patas, parecía
no tener ninguna preocupación en la vida.
-
¿Es que te busca la policía, o algo así?
-
No. No soy ningún fugitivo, porque no saben que existo. Y es mejor para mi
trabajo que las cosas sigan así.
-
Pero los piratas sí que te conocían. ¿Cómo era aquello que te llamaban?...
"El duende que camina"? No, no... "El fantasma que anda"...
-
Lo que hay entre la Hermandad Singh y mi familia viene de antiguo...
(Silencio)
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Me tengo que ir ya, Diana.
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¿Alguien te ha contratado para rescatarme?
-
No.
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¿Se ha ofrecido alguna recompensa?
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Que yo sepa, no.
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Pues entonces no lo entiendo... ¿Por qué has hecho todo esto por mí? Te hubiera
ido mejor dejándome atrás, no he sido más que una carga.
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No, ni mucho menos. Has sido muy valiente y has seguido todas mis instrucciones
sin perder los nervios, y sin dudar. No me conoces de nada, pero has confiado
en mí, y por eso hemos conseguido escapar.
El
caballo acercó la cabeza y el Enmascarado se la acarició sin desviar la mirada.
-
Sí, ya nos vamos, compañero, antes de que nos vean.
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Es un animal magnífico. ¿Trabajas en una reserva de animales, o algo así?
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(Sonriendo) "Héroe" me lo regaló una persona agradecida, que supo ver
que me sería de gran ayuda tener una buena montura. "Diablo", en
cambio, es un huérfano al que recogí y crié siendo un cachorro y desde entonces
no se separa de mi lado.
A
lo lejos sonó un toque de corneta.
-
Aquí nos separamos, Diana.
Ella
se dio media vuelta y enfiló el camino hacia la comandancia. Llevaba media
docena de pasos andados cuando se detuvo y se giró.
El
Enmascarado seguía en el mismo sitio, acariciando distraídamente la noble
cabeza de "Héroe". El lobo no miraba a nadie en particular.
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¿Volveré a verte alguna vez? - dijo Diana.
-
(Silencio)
-
Ya es de día. Deberías irte ya.
-
Sí.
Cuando Diana llegó a la garita de entrada le salieron al paso un par de guardias muy alterados. Ella se giró una última vez... pero el Enmascarado ya no estaba allí. Se había vuelto a la selva, con su lobo que no es un perro, y montado en su caballo blanco.
(Continuará)
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