El asteroide G-IM3N3Z,
uno de los miles que orbitan entre Marte y Júpiter, viene siendo poco más que un peñasco en el
espacio, por su minúsculo tamaño, si no fuera porque tiene una atmósfera, muy
tenue, pero suficiente para permitir que la vida se desarrolle en su
superficie. Su escasez de recursos naturales y minerales y su aridez lo vuelven
irrelevante para los viajeros del Sistema Solar. Los cinco seres humanos que
actualmente pueblan su superficie no son más que náufragos, obligados a un
aterrizaje de emergencia cuando su nave, con destino a Júpiter, fue destrozada
por una tormenta de meteoritos. Cobijados en los restos del naufragio, y con
comida suficiente para unos meses, los supervivientes están a la espera de que
alguna de las naves de la ruta, que haya captado su S.O.S., venga a buscarlos,
guiándose por la señal que emite su radiobaliza.
Para pasar el
tiempo, algunos, como el Operador de Radio, con la ayuda de la Navegante, revuelven
entre los restos de la maquinaria, en busca de las piezas que le permitan
construir una nueva antena de radio-onda. El Contramaestre prefiere
entretenerse con los juegos almacenados en su videoconsola personal. El Capitán
se mantiene en forma siguiendo una vieja tabla de ejercicio físico no asistido.
Y finalmente,
el Timonel, se dedica a vigilar su inhóspito entorno.
- ¡Capitán!
- ¿Qué tal el
paseo de hoy? ¿Has descubierto algo interesante?
- Ya lo creo
que sí. Pero ven a verlo por ti mismo. Venid todos.
- ¿Has
encontrado por fin la guarida del "monstruo" o qué? - interviene la
Navegante.
- Te lo tomas
a broma, pero yo te digo que estamos en peligro.
- Lo que pasa
es que a ti, todo ser vivo que no sea humanoide, te parece un monstruo.
En los quince
días que llevan varados, la única forma de vida que han visto es una huidiza
criatura, que al principio confundieron con una sombra, y que ninguno ha
conseguido distinguir con claridad. Su pelaje, o lo que sea que la recubre, es
de color terroso y se confunde con el terreno. Es extremadamente silenciosa, apenas
deja huellas en el suelo, y no está claro si camina sobre dos o cuatro
extremidades. Y no consta en ningún registro biológico conocido.
El Timonel convence
a sus compañeros para que le acompañen hasta una pequeña hondonada, no muy
lejos de allí.
- Esta mañana
me he subido a los restos de la proa con los prismáticos, y he estado
vigilando. No me he movido de allí hasta que por fin la vi aparecer, a esa
criatura, a lo lejos. La he seguido hasta la primera línea de promontorios que
bordean esta zona. Se paró de repente en un sitio concreto y estuvo allí un par
de horas. Me mantuve bastante lejos, por miedo a que me descubriera, pero en
cuanto se fue, en lugar de seguirla otra vez, me acerqué, para ver lo que había
estado haciendo.
Frente a
ellos, en el suelo, hay un hoyo, de unos dos metros de largo, por metro y medio
de ancho, y otros dos metros de profundidad. La tierra excavada forma pequeños
montones, dispersos alrededor.
- Bueno, y
qué - dice el Contramaestre, con desgana -. Tu monstruo no es más que un topo
gigante.
- ¡Pero es
que no lo veis? ¡Es una tumba! ¡Ha excavado una tumba!
- (Interviene
la Navegante) ¿Y tú qué piensas? ¿Que esta tumba es para uno de nosotros, no?
- ¡Claro,
joder!
- ¿Pero con
qué finalidad? ¿Dónde has visto un animal que primero mate a sus presas y
después las entierre? El único animal que actúa así es el ser humano...
- A lo mejor
es como una araña, pero en lugar de envolvernos con su tela, nos entierra, y
nos come luego, cuando tenga hambre.
- Eso no hay
forma de saberlo...
- ¿Tú qué
opinas, Capitán?
- Esa
criatura siempre se ha mantenido lejos de nosotros...
- ¿Y cómo
estás tan seguro? ¡Puede acercarse por la noche, sin que nos demos cuenta!
- ...y nunca
nos ha amenazado. Pero también es verdad que su existencia no consta en ningún
registro y no sabemos a qué atenernos en cuanto a sus costumbres. Si te quedas
más tranquilo, vamos a montar guardias de vigilancia, por si acaso.
A la Navegante
le corresponde el turno de la noche, que, en un astro tan pequeño, es de tan
sólo cuatro horas. Aunque le parece una tarea inútil, también es consciente de
que no hay mucho que hacer hasta que vengan a rescatarlos, y es mejor tener la
mente ocupada con alguna tarea. Como no tienen armas a bordo, su único
equipamiento es una barra metálica a guisa de garrote, una bocina para dar la
alarma y una linterna. Sus compañeros duermen en sus literas, mientras ella
está sentada frente a la escotilla de popa, que quedó tan dañada en el
aterrizaje de emergencia, que no se puede cerrar de todo. Si alguien quisiera
entrar, lo más fácil sería hacerlo por ahí.
La noche va
transcurriendo tan silenciosa como el día. No hay viento que sople y silbe
entre las rendijas... no hay animales que ululen, o que grillen, o que
aúllen... No hay luna que refleje la luz del sol. Sólo hay oscuridad, que llega
un momento en que parece que se moviera y ondulara como si tuviera vida
propia...
La Navegante enciende
su linterna un par de veces, porque eso es lo que haces cuando estás de vigilancia:
vigilas.
¿Se ha
desplazado un poco la escotilla o se lo está imaginando? Se levanta despacio a
investigar, con la bocina en la mano, el dedo listo sobre el pulsador. Pero tanta
precaución no le sirve de nada.
Una sombra
más larga y más oscura que las demás, más veloz que el pensamiento, cae sobre
ella, se enrolla en sus piernas y en sus brazos, le cubre la boca, y se la
lleva.
La Navegante está
totalmente inmovilizada. Ni siquiera tiene mucha conciencia de que se esté
moviendo, porque la oscuridad es absoluta. Se siente como si flotara en gravedad
cero. Lo que sea que sujeta sus extremidades lo hace con firmeza.
Pasan unos
segundos, ¿o son unos minutos?... Sus piernas se asientan sobre algo firme, sus
brazos se mueven otra vez, tan sólo sus ojos se resisten a obedecer su
voluntad.
- No tengas
miedo. Estamos en una cueva bajo tierra y por eso no puedes ver.
Es una voz
extraña, sin matices, que no parece venir de ninguna parte en concreto, sino de
todas a la vez.
- No
enciendas tu linterna todavía. Antes quiero hablar contigo.
No son
palabras, son pensamientos, que van directos a la consciencia de la Navegante.
- Mi gente no
tiene boca, ni oídos. Nos comunicamos con nuestra mente. Lo que tú pienses, yo
lo sentiré.
- ¿Qué es lo
quieres?
- Hablar
contigo.
- ¿Por qué
conmigo? Yo no estoy al mando de mi grupo.
- No se trata
de quién manda. Os he estado sondeando a todos, y sólo tú puedes ayudarme, si
es que decides hacerlo. He tenido que traerte aquí a la fuerza, porque ya no
queda tiempo. Una de vuestras naves está orbitando el asteroide y no tardarán
en bajar a buscaros. Te extraña que yo pueda saberlo, sin máquinas que me lo
digan. Pero mi mente llega más allá que la tuya, y está conectada a todos los
seres vivos que me rodean, igual que vuestras máquinas están conectadas entre
sí.
"Los de
mi especie somos pocos, pero nos hemos esparcido por todo el universo,
escondiéndonos en las naves espaciales, o en simbiosis con otros seres. Cuando
encontramos un mundo fértil, nos quedamos, nos fusionamos con su naturaleza,
prosperamos y vivimos en paz con el resto de los seres vivos.
"A la
criatura con la que yo viajaba le pasó lo mismo que a vosotros, fue alcanzada
de muerte por los meteoritos y cayó en esta tierra yerma y pobre. Sus restos
forman parte ahora del paisaje, aunque a vuestros ojos humanos no son más que
piedras y matojos.
- Ya veo, lo
que quieres es que te ayude a escapar en esa nave que viene a rescatarnos, ¿no?
- No. No
quiero seguir viajando. La desolación que nos rodea ha ido impregnando mi
cuerpo y mi mente. Seguir vivo ha dejado de ser alegre y hermoso. Seguir vivo
es un esfuerzo que carece de sentido y que sólo me provoca cansancio y dolor.
"Noto
que tu miedo se ha ido calmando. Ahora ya puedes encender la linterna, para que
puedas verme.
Si la
Navegante no supiera de antemano que delante suya tenía un ser vivo, puede que
no lo hubiera reconocido como tal, y que lo hubiera tomado por una parte del
paisaje.
A primera
vista, su apariencia es la de un árbol reseco, de dos metros de altura, de
cuyos lados cuelgan dos gruesas y largas ramas, y que se asienta sobre un
tronco bífido. La parte superior se ensancha un poco más, y parece estar más
reforzada. Su capa superficial, o su corteza, oscura y rugosa, está surcada por
mil nudos y hendiduras y pequeños brotes.
- No tengo
ojos como tú, ni orejas, ni nariz, ni ninguna de esas conexiones con el
exterior, porque no las necesito. (Mientras "habla", la parte
superior de su cuerpo se balancea suavemente.) Mi organismo late en sintonía
con el entorno que me rodea, y todo lo que sucede a mi alrededor lo recibe mi
mente.
"Pero
está llegando el amanecer y se me acaba el tiempo. Necesito mostrarte algo, si
es que quieres acompañarme. Si prefieres volver ya con los tuyos, no te lo
impediré.
- Iré contigo.
A la tenue
claridad del exterior, la corteza de la criatura adquiere de repente una
tonalidad un poco más clara, mimetizándose con el color del suelo. Al caminar,
sus extremidades se adaptan a las irregularidades del terreno, lo que le da a
sus movimientos un flujo elegante y ágil. A veces se ayuda inclinando el tronco
y apoyándose sobre la punta de sus "brazos", y entonces su contorno
se estira y se reajusta, como si fuera elástico por dentro.
Cuando llegan
a su destino, la Navegante echa la mano instintivamente a su bocina de alarma...
Están frente al hoyo descubierto por el Timonel.
- Tu
compañero tiene parte de razón sobre la finalidad de este agujero.
"En
cuanto los hombres que vienen a rescataros me vean, lo primero que harán será
dispararme, porque eso es lo que hacéis con los monstruos. Os conozco de antiguo,
a vuestra raza humana, de mis muchos años de vida en este Sistema
Solar, y siempre
sucede lo mismo. Tu compañero, de haber tenido un arma, me hubiera disparado, o
hubiera intentado capturarme.
"Lo que
quiero pedirte es que, cuando me hayan matado, recojas mis restos, los
deposites en este agujero y los recubras de tierra.
"Si lo
haces así, cuando mi cuerpo se descomponga lentamente, se irá mezclando con las
sustancias del subsuelo. Mis células mutarán, se reorganizarán, y, con el
tiempo, llegarán a dar forma a un nuevo ser. Ese nuevo ser no tendrá mi
consciencia ni mis recuerdos, sino que será un miembro nuevo de mi especie.
"Así es
como mi gente nace y muere y se reproduce. Salimos de la tierra y a la tierra
volvemos.
"Si mis
restos quedan abandonados sobre la superficie, o si tus congéneres se los
llevan para estudiarlos, entonces mi vida se habrá perdido para siempre, y mi
especie estará un poco más cerca de su extinción.
"¿Querrás
ayudarme?
- Por eso me
escogiste a mí, ¿no es verdad? Porque sabías lo que iba a responder.
- La voluntad
de los humanos es impredecible. A veces actuáis por impulsos violentos que son
opuestos a vuestras normas de conducta. Nada es seguro con vosotros. Yo no
podía saber si me ibas a ayudar o no, hasta que tú misma acabas de decirlo así.
"Ahora
me voy. Me queda una última cosa por hacer.
La criatura
se aleja rápidamente, impulsándose con sus cuatro extremidades.
La Navegante
la sigue con la vista y se admira una vez más de la elegancia de sus
movimientos... Y de su rapidez... En unos segundos de carrera ha llegado casi
hasta el derelicto... El sol ha salido ya por completo. La lanzadera de rescate
acaba de aterrizar.
Toda esta
información se acumula rápidamente y no hay tiempo para analizarla. Lo único
seguro es que algo va mal.
La Navegante
echa a correr con todas sus fuerzas.
La compuerta
de la lanzadera se abre y bajan tres hombres.
La Navegante
grita una advertencia, que se pierde en la distancia.
La criatura ha
dejado de correr y se queda quieta. Los hombres la ven y hablan entre sí.
La Navegante
se detiene también, porque ahora ya lo entiende.
Uno de los
hombres lleva un fusil. Lo levanta, hace puntería y dispara un par de ráfagas.
El impacto es
tan violento que, por unos segundos, la criatura es arrancada del suelo y
arrastrada por el aire.
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