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miércoles, 28 de diciembre de 2022

Entrevista a DÁMASO PAULOS PAINCEIRA

Entrevista a DÁMASO PAULOS PAINCEIRA, pintor gallego

Entrevista realizada el 8 de Diciembre de 2022 por Miguel Ángel Ferreiro [responsable también de las acotaciones entre corchetes].



Nací en Vilagarcía de Arousa [provincia de Pontevedra], en el barrio de Los Duranes, el 16 de diciembre de 1938, en plena guerra.

Somos tres hermanos (dos hombres y una mujer) y yo soy el mayor. Mi padre tenía un taller de ebanistería, de muebles por encargo.

Mi madre era ama de casa pero también hacía trabajos para fuera. De soltera había trabajado en la joyería Rapariz, y más tarde, en casa, limpiaba para ellos medallas de plata, con la ayuda de mi hermano y mía. Nosotros la ayudábamos en lo que era más fácil, como era que primero había que darle un óxido... porque la medalla sale de la fábrica de un horno, como de un recocido, y sale de color blanco... luego hay que hacerle lucir el color de la plata, y eso tiene un proceso.

Se calienta un óxido sobre una lamparita de calor y se le aplica aquel óxido, que se pone negro. Luego, con un palito de rabo de escoba, finito, se limpia el óxido que cayó por el margen de la medalla, para dejar el santo negro. El paso siguiente es, con el dedo pulgar, y polvos de piedra pómez, se moja el dedo en agua y luego en la piedra pómez, y se frota la imagen del santo. La fricción con el piedra pómez pule, hacer salir ya el color a plata un poco bruto. Con el palo y el piedra pómez por los márgenes, sale con rayas plateadas, pero claro, no es homogéneo. Luego hay que lavar y sacarle el piedra pómez que queda pegado a la medalla, y secarla. Pasa a un mateado, que eso no lo hacía mi madre, lo hacía yo en exclusiva (aparte de hacer lo otro). El mateado es una especie de embudo, colocado a tres metros de altura, con un agujerito que deja caer un chorro de arena, grueso como el dedo meñique, que cae sobre la medalla, puesta en el suelo dentro de un recipiente, para ir recogiendo la arena. La arena, al caer encima de la medalla, le saca todos esos brillos raros que se hicieron con el palito, la deja con un color plata pero como aluminio, sin brillo, una cosa apagada. Después, se moja el pulgar en bicarbonato, se frota, y empieza a relucir el color plata tal cual está en el mercado. Luego se lava y se seca en serrín.

Pero falta el último paso, y eso lo hacía mi madre: con un bruñidor, que es una especie de hierrito del tamaño de un clavo grande, pero de acero, y liso en la punta. Con esa punta había que darle, porque la medalla tiene un borde, y se le daba un rebrillo, por decirlo así, más llamativo, como una oscuridad. O sea, plata, pero más oscura.

Todo ese proceso, en un lote de cien medallas, podía tardar dos o tres horas. Y le pagaban 6 pesetas, por la limpieza de cien medallas [se ríe].

Eso lo estuvimos haciendo unos años, hasta que mi madre habrá decidido no trabajar más, porque con el taller de ebanistería de mi padre, ya no necesitábamos tanto.

Yo empezaría haciendo esto antes de los 10 años, y luego lo dejamos antes de tener yo 13, porque, cuando tuve 13, fue cuando mi padre me llevó para el taller.

Los estudios los hice en el colegio nacional que había al lado de casa. El colegio de niños, porque, un poco más abajo, había el colegio de niñas. Allí estudié la primaria, que era obligatoria hasta los 14 años, pero yo salí a los 13.

Cuando tenía 9 ó 10 años, vino un profesor que era muy del Régimen, herido de un pie, que no era ni profesor ni ostias, pero como era del Régimen, le dieron una escuela, y además era de Vilagarcía. Como mi padre tenía la idea de que yo era listo, y también porque se lo aconsejó un pariente, me lleva al colegio San José, que estaba en la calle que sube hacia la estación de tren, y que antes había sido un sanatorio. Aquel profesor se marchó y luego vino otro, un profesor ya de cierta categoría, y con éste aprendí cosas de matemáticas, pero mi padre me sacó a los nueve meses, para trabajar en el taller.

En el taller de mi padre estuve trabajando desde los 13 años hasta los 22.

El primer trabajo que se hace cuando entras es calentar la cola y barrer el taller [se ríe].

Un taller de ebanistería se compone del ebanista, el tallista, el barnizador a muñeca y el tapicero.

Lo más corriente era aplicarle al mueble un encerado. Primero se le da el color a la madera: más claro o más intenso, según diga el cliente. Cuando está seco, se le da una lija muy finita, para matizar los pelillos que hayan podido salir. Luego es cuando o se barniza o se encera. Si el acabado es de cera: se le da una pasta de cera virgen (que se prepara rebajándola antes con aguarrás) y se deja un tiempo para que la chupe la madera; luego se limpia con un trapo, con lo que se consigue al mismo tiempo que salga un brillo ligero.

Pero mi padre lo que trabajaba más era el barnizado a muñeca, que es más laborioso: hay que ir poco a poco, que vaya cogiendo cuerpo el barniz y tapándole el poro. El acabado es como un cristal. Con los otros métodos se ve el poro que pueda tener la madera, mientras que el barnizado a muñeca queda pulidito, suave al tacto como un cristal.

En el taller al principio yo era el que abría las puertas, ayudaba a lo que fuera y APRENDÍA. Empecé haciendo las cosas "feas", las primeras manos y tal. Y a base de hacer de ayudante del tapicero y del barnizador, cuando tendría unos 16 ó 17 años, mi padre no necesitaba ya tapicero, ni necesitaba barnizador, porque ya me encargaba yo de ambas cosas.

Para el tallista mi padre recurría a Miguel San Martín o a Antón Rivas Briones. San Martín era más económico; Rivas Briones ya se valoraba mucho más. Pero luego recurrió a oficiales que habían estado de aprendizaje con ambos, y llegó a tener, durante una temporada, a dos tallistas a la vez, Juan Paz y Manuel García.

Muebles tallados yo creo que sólo los hacía mi padre. 


Un compadre (el padrino de mi hermana), Don Luis Losada Lago, que vivía en el barrio de Cornazo, quiso hacerse socio de mi padre. Su aportación a la sociedad fue traer una moto-cepilladora, una multimáquina, que hacía muchas operaciones distintas. Yo creo que fue la primera de ese estilo en Vilagarcía, después ya hubo otro taller que también trajeron otra.

El señor este luego le aconsejó a mi padre que me mandara a estudiar porque estaba a punto de abrir Almacenes Olmedo, y él conocía al dueño de Olmedo y me podía conseguir un puesto allí. Y mi padre me mandó a estudiar contabilidad y cálculo mercantil con un profesor de enseñanza primaria que, en horas extraordinarias por la tarde, daba clases particulares. Estudié con él un año, o dos años, no mucho. Por la mañana seguía en el taller y por la tarde iba a las clases. De allí salí con la contabilidad terminada, aunque no me dieron ningún diploma oficial.

El socio de mi padre debió creerse que un taller era una mina de oro. Mi padre, que era un baratero, tenía una mentalidad que... mi padre quería trabajar. Yo creo que nadie podía hacer un mueble de la categoría de los de mi padre y más barato, eso no había dios que lo hiciera.

El socio era quien llevaba la gestión de la Seguridad Social. Al separarse de mi padre, me encargué yo.

A los 19 años me voy para la mili, por la Marina. La instrucción la hice en el cuartel del Ferrol. Eran dos meses y medio pero yo sólo estuve dos meses porque nos dieron permiso para ir a casa a diez de los que superáramos un examen. Al llegar la hora de los destinos, en el cuartel había unos cinco o diez chicos que, socialmente, y por sus influencias familiares, podían tener preferencia. Por ejemplo, el sobrino del habilitado, el que nos pagaba, no pisó el cuartel para nada. Yo vine para la Comandancia de Vilagarcía.

Cuando me licencio, vuelvo al taller, con mi barniz y mi tapicería. Mi padre ya tenía dos locales: uno allá en el Vento, que era donde tenía la maquinaria, y otro era en Vilagarcía, en la Calle de la Marina, en el número 38, la calle que viene de los Duranes y desemboca en el mar.

En la puerta de al lado estaba la oficina de Conservas Galván, cuyo dueño era Don Silverio Galván Otero, que Dios lo tenga en la gloria. Para él yo era el hijo del ebanista que le hacía los muebles, y yo le barnicé uno de los muebles que le hizo mi padre. El tío no sabía la técnica pero sí sabía si estaba bien o no. Lo miraba así y decía: "Tiene poco cuerpo", porque todavía tenía el poro abierto. Un empleado que tenía, que era un técnico en Seguridad Social, me enteré que se jubilaba y un día le dije a Don Silverio que me gustaría dejar el taller e ir para su oficina. Él se quedó mirándome y me dice: "¿Y usted está preparado?" "Mire usted, a mi padre la gestión de la Seguridad Social quien se la lleva soy yo." "Pero yo tengo doscientas personas y a veces más, no es lo mismo que vuestro taller." "Don Silverio, me llevará más tiempo, claro, pero la técnica es la misma." [Se ríe] "Pues empiezas lunes."

Entré en el 62 y a partir de allí ya me pude casar con mi novia, viviendo de las 1.800 pesetas que me pagaban al mes.

Pero yo estaba siempre oteando el horizonte, porque la congelación ya estaba dominando en la conservación de los productos, y algunas conserveras empezaron a cerrar. Y pensé: "Tengo que buscar un banco". La primera ocasión se me presentó en el Hispano Americano, donde necesitaban un cobrador. Preparé un escrito de recomendación, con el papel y el membrete del taller, para que lo firmara mi padre, pero de repente mi padre me dice que también quería ir mi hermano, y eso me desarmó. Quise hacer un rasgo de caballero noble: "Ah, pues si quiere él... Vamos a hacer para él lo que iba a hacer para mí."

Luego lo intenté varias veces en el Banesto, pero nada. Al final me busqué una recomendación y conseguí entrar en el Banco Pastor, de cobrador, en 1968. Pero sin dejar Galván; en Galván seguí llevando la gestión por las tardes. Estuve dos años de cobrador hasta que sacaron a los cobradores de la calle y se empezó a mandar todo por correo, y pasé a auxiliar administrativo. Luego me presenté a oposiciones interiores en el banco de oficial segundo, mientras seguía con lo de Galván y le llevaba además los papeles a algunos particulares. Debía tener seis o siete pluriempleos. [Lo que hiciera falta para mantener una familia que llegó a constar de 4 hijos.]

En el Pastor hice un cursillo de Interventor y me mandaron tres meses a León, en una oficina grande de treinta empleados. En León aprendí lo que es estar lejos de Galicia un gallego.

A los tres meses me vine de Interventor a la Isla de Arousa, y de allí al Grove. Ya de director abrí la oficina de Vilanova de Arousa. Luego fui a Carril [en Vilagarcía], de Carril para Vilalonga [en Sanxenxo] y luego otra vez a Carril, y allí me jubilé con 60 años, en 1998.

 

CÓMO EMPEZÓ SU CARRERA ARTÍSTICA

Una vez vi un programa de mano de la película Al este del edén, donde venía la cara de James Dean, una fotocopia en blanco & negro. Me llama la atención y me pongo a dibujar la cara y quedé encantado del resultado: "¿Cómo soy yo capaz de hacer esto? Esto es acojonante."

Debo añadir algo: En los últimos años del colegio teníamos un profesor de dibujo que le gustaba poner dibujos en el encerado y que los copiáramos. Y al profesor le gustaban mis dibujos. Se ve que yo tenía curiosidad, porque admiraba los dibujos preliminares que el tallista hacía para mi padre, a tamaño natural.

Lo de Al este del edén fue cuando tenía novia, no sé, entre 19 y 22 años, y lo primero que hice fue un dibujo de mi novia Maribel, de una foto que me dio. Antes el testimonio del noviazgo era la foto. "¿Douche foto? Ah, pois entonces xa sodes mozos." (¿Te dio foto? Ah, pues entonces ya sois novios.)


Este autorretrato con la ropa de la mili, pero sin el lepanto (el gorro), lo hice para regalárselo a Maribel:


Le regalé el dibujo y luego hice otro de un amigo. Eran dibujos a lápiz. Utilizaba a lo mejor algún carboncillo, pero sobre todo lápiz, y el difumino. El difumino es un lápiz de cartón enrollado que borra y difumina el lápiz. Dibujaba primero a lápiz y luego le daba con el difumino y lo pulía.

Para mejorar, y aprender perspectiva, me apunté al cursillo de dibujo por correspondencia de CEAC. Te mandaban unos cuadernos con unos dibujos y te decían los trabajos que tenías que hacer, a un tamaño mayor, claro, para que no los calcaras. [En agosto de 1967] me dieron un diploma de Dibujante Artístico [con la calificación de Sobresaliente].

Dibujé a lápiz mucho tiempo, hasta que un día pensé que me gustaría hacer algo al óleo, y compré libros de cómo pintar al óleo.

Fui también a clases en lo que era el edificio de la Falange, que luego fue la Casa de la Juventud. Allí hubo una escuela de pintura y dibujo. Primero dibujo y luego pintura, porque para pintar en color tienes primero que hacer un boceto, para ver dónde van las líneas. Fui allí un par de tardes a la semana y ya hice mi primer cuadro de color, un bodegón: 

Esas obras que hicimos las llevó el profesor a una exposición en la Casa de la Cultura de Carril. Yo mi cuadro lo vendí y eso me animó mucho. Empecé a pintar en casa y a fijarme bien en lo que hacía y qué resultados conseguía.

También visitaba las exposiciones de pintura. Una que hubiera, allí estaba yo. Un día en una de las Bienales de Arte que organizaba la Diputación Provincial veo un cuadro de Rivas Briones, y eso me da envidia y me pongo a hacer dos cuadros. Uno era un "cesteiro" típico gallego:

 

Y el otro era un puerto de mar. Los llevé a la VI Bienal Internacional de Arte [para la sección de Novos Valores], de la Diputación de Pontevedra [en agosto de 1984]. Yo pensé que era para profesionales, pero podía ir cualquier aficionado que se quisiera presentar. Llevo los dos cuadros y el cesteiro ya lo vendí allí [se ríe], a un compañero del banco. El otro me lo compró el vigilante de la sala, que era amigo de un matrimonio que era amigo nuestro. O sea que en los dos casos había un poco de ligazón.

[La participación de Paulos fue saludada por el crítico de arte del periódico Faro de Vigo, en una reseña del 5 de septiembre de 1984 titulada "Un veterano en la Bienal".]

Mi primera exposición propia fue en Vigo, en el Real Club Náutico [en agosto de 1985]. Me dirigí yo al director de la sociedad, le comenté que había estado en la Bienal (porque hay que saber introducirse), y me dieron fecha. Allí vendí cerca de la mitad de los cuadros. Después expuse también en Vilagarcía [en noviembre de 1987, en el Liceo Marítimo], pero en Vilagarcía quería yo dejarlo para el final, cuando ya tienes un... para que no piensen que te hacen un favor por ser paisano. Antes ya había expuesto en la Isla de Arousa [en febrero de 1986, Asociación Cultural Dorna], en Baiona [en Julio de 1987, en la I Bienal de Arte del Mar], en Cambados, siempre por aquí alrededor. 


COMENTARIO DE ALGUNOS DE SUS CUADROS

 

Esta es una vista desde el puente de Ponte Arnelas. Un día que pasaba por allí me gustó el paisaje y le hice una foto, porque yo a ningún sitio fui con el caballete, habiendo cámaras. O si acaso hacía algún dibujo. Es un cuadro más grande de lo que suelo hacer, unos 105 centímetros de alto.

Este es el último cuadro que hice, hace dos o tres años. Ahora ya no pinto. No puedo, porque ya no veo bien y no me satisface lo que hago. Antes cada cuadro me dejaba un buen sabor para hacer otro y otro. Ahora ya no.



Esto es El Terrón, en Vilanova de Arousa.

 

Este fue de una foto que hice cuando trabajé en León. Esto queda en la carretera, en un desnivel más bajo que la carretera. Las casas estaban peor, y el paisaje del fondo era un bosque. O sea, que lo embellecí un poco.

 

Volcán da casa

En medio de las llamas parece que hay algo, representa algo. Esta era la habitación de mi hija Ana, y como ella también es como un volcán... Esto es jugar con la imaginación. Ana es así, explosiva como un volcán. Yo le puse el cuadro aquí pero no le expliqué lo que significaba [se ríe].

 

Génesis

Este cuadro fue a un concurso de pintura en 1987, firmado como Ana, porque veía que era todo abstracto y como yo no hago ese tipo de pinturas, puse "Ana". Esto lo puedes ver como una turbulencia, la clave es esa turbulencia central que alborota todo. Esto es imaginación abstracta, para esto no tenía ninguna foto, ni nada por medio. Estuve ahí divagando, "¿qué voy a hacer abstracto?" Empecé a emborronar por aquí y por allá, hasta que me fue viniendo a la cabeza como una turbulencia, y ya está.

 

Catro touros da miña camada 

Este representa a mis cuatro hijos: Ana, Dámaso, Cristina y Marta.

 

Tuvimos un perro como el que está acostado, el Husky Siberiano. Se llamaba Lucas. La imagen la saqué de un periódico y le añadí a Lucas y le puse el color.

 

Este cuadro tiene una motivación insignificante que es la mosca que hay en la parte inferior, porque me recuerda una anécdota que contaba mi padre sobre los buenos pintores: un pintor invita a otro pintor a su casa y le enseña un cuadro con una mosca y el visitante hace el ademán de espantarla; cuando se cambian las tornas, el segundo pintor le pide al primero que abra una puerta, y cuando echa la mano, no hay pestillo, porque la puerta era pintada.

 








  

[En la casa de nuestro artista, en cada trozo de pared libre, hay un cuadro. La mayoría los ha pintado él, pero también tiene de otros autores.]

[Una curiosidad como cierre: ¿Por qué a nuestro Dámaso todos sus familiares y amigos le llaman "Felo"?]

Yo nazco en casa, mientras mi padre estaba en la guerra, y a mi abuelo se le ocurre ponerme de nombre Dámaso, porque su padre se llamaba Dámaso Painceira. Pero mi madre quería Rafael, como un tío político que tenían. Al final resulta que en la iglesia estoy inscrito como Rafael, pero en el juzgado como Dámaso Rafael. Lo de Felo es un diminutivo de Rafael. En las aldeas se decía "Faelo", pero yo me quedé en "Felo", porque quedaba como un poco "más fino".

[Nota final del entrevistador: Nuestro artista no dispone de copias digitales de ninguno de sus cuadros. Conserva todavía varios originales en su poder, junto con algunas fotografías de otros ya vendidos. Las imágenes de este artículo, por lo tanto, son fotografías no profesionales obtenidas fotografiando directamente los cuadros colgados en la pared, de ahí su baja resolución.]

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